[© C. E. L.]
Tal
y como estaba anunciado, ayer, en el Ciclo de Poesía de Galería Cerdán, le tocó
el turno a Alfredo J. Ramos, poeta talaverano que hacía muchos años que no
hacía una lectura en su ciudad natal. Cuantos acudieron a la cita —la sala
estaba prácticamente al completo— seguro que no salieron decepcionados. Alfredo
estuvo seguro e ingenioso, y dio un repaso por su obra, tanto publicada como
inédita (mucha de ésta, publicada en su blog La posada del sol de medianoche).
Me tocó presentarlo, y estas fueron mis palabras de introducción:
Señoras y señores, amigos todos:
Esta
noche, en el programa de lecturas en la Galería, tenemos una verdadera
primicia, un auténtico descubrimiento, aunque el autor que nos va a deleitar
con su intervención, Alfredo J. Ramos, sea sobradamente conocido por todos
ustedes y cuente con un amplio y variado bagaje literario. Lo que ocurre es que
buena parte de éste permanece inédito, y el autor alejado de cualquier
actividad pública, en cuanto a su obra se refiere.
Con
Alfredo ocurre lo contrario de lo que suele suceder con autores que se dedican
a escribir durante buena parte de su vida, o toda ella. Lo normal es que sea
difícil publicar al principio y que, más adelante, las salidas al público sean
relativamente fáciles y habituales. En el caso de nuestro autor, ha sido justo
al contrario: publicó su primer libro con veintiún años y el último, hasta
ahora, con treinta y tres; después... el silencio, si bien desde 2007 viene
mostrando buena parte de su obra en La posada del sol de medianoche,
blog que lo mantiene en contacto con el lector, y al que me referiré más
adelante.
Decía que
Alfredo es un autor que publica a temprana edad. Lo hizo en la prestigiosa
colección Adonais. Esquinas del destierro, fue el libro con el
que obtuvo un accésit de tal galardón en 1975, cuando, como he dicho, contaba
con sólo 21 años. En él puede ya advertirse la esencia de un escritor que
conoce el oficio, tiene un importante bagaje cultural tras de sí y sabe
adentrarse en los misterios del poema con seguridad y valentía. Así, el libro
se abre con un soneto en alejandrinos de impecable factura, y continúa en un
tono meditativo, de marcado carácter humanista y existencial, salvando diversas
y variadas esquinas con versos tan bellos y rotundos como este comienzo de Variaciones
sobre el agua:
Irremediablemente, se muere en un
espejo
a diario y en sombras de pámpanos
jugosos
nuestra cascada voz. Somos las firmas
de pájaros nocturnos en los árboles,
en todos los sicómoros propicios de
la tierra.
O estos
otros, del poema Donde acampa la muerte:
Y ocurre que la muerte es como un
pájaro
fieramente neutral
que va trazando signos parecidos
a los cromos de antaño, tan procaces.
O más
adelante, en Esquina con espejo:
Y bien, ya estamos solos de nuevo
frente a frente,
tu frente en el espejo,
mis ojos en tu cara,
la boca en el cristal y confundidos.
En las
solapas del libro—permítanme que les lea—, se dice: El mundo y el hombre
tienen aquí un ámbito de destierro, cuyo origen se remonta a la más primitiva
raíz del ser vivo. El poeta pluraliza su voz para impregnarse de la muerte y de
lo que, por supuesto, todos participamos.
Y
continúa:
Esa
anchurosa conciencia de la aventura humana da al presente libro un acento que
podríamos llamar neorromántico, a veces de una forma muy específica (soledad,
desesperanza, amor fugaz). Siento que mi destino es arrastrar
palabras / hasta alguna orilla oscura, dice. Pero también hay una
visión confortadora: Os digo que los hombres son regreso / a unos niños
futuros. Versos con los que no sé si, al cabo de los años, sigue el
autor estando de acuerdo.
En
diciembre de 1980, en un número doble de la colección La Troje, aventura
editorial que llevamos a cabo aquel grupo de jóvenes entusiastas que éramos
entonces Sagrario Pinto, Antonio Rubio, Agustín Yanel, Alfredo y un servidor;
bien es verdad que seguimos siéndolo: jóvenes y entusiastas. En aquella
colección, digo, publica Territorio de gestos fugitivos,
libro compuesto por 11 poemas —4 de ellos en prosa—, nada fáciles, en los que
explora los caminos del yo y sus múltiples rostros. Libro cargado de
imágenes y metáforas, donde pueden apreciarse ecos de poetas malditos y el peso
de un tiempo donde el humo era materia inseparable de los sueños.
El 29 de
mayo de 1987, Alfredo obtiene el Premio Castilla-La Mancha de poesía por
El sol de medianoche, del que, previamente, en 1985, había
publicado una plaquette con el título de Fragmentos de la noche,
en la colección Carpetas de Poesía Tesela, dirigida por nuestro
malogrado amigo, José Luis Reneo.
En este
libro se condensa buena parte de lo que es su obra hasta ese momento: incluye
poemas que con anterioridad habían formado parte de otros libros inéditos junto
a textos de reciente producción, y otros mucho más lejanos en el tiempo. En El
sol de medianoche, el poeta realiza un viaje por la Historia, un viaje
abierto al conocimiento, donde su voz, ora individual, ora colectiva, se mezcla
y acompasa a la voz del mundo, para hacernos partícipes de la inquietud,
extrañeza, esperanza y dudas del poeta, ante esa rueda continua que mueve la
vida.
En 1987,
Alfredo tiene 33 años y se muestra como un autor de contrastada madurez. Sus
lectores estamos a la espera de próximas entregas, pero, desde entonces, él
anda más dedicado a su labor profesional como editor, primero en Salvat y más
tarde como agente libre; resultado de ésta, destacan sus interesantes trabajos
en diversas guías de viaje por España o la revisión de los diccionarios Espasa
o Larousse.
Mientras
tanto, sigue acumulando textos que no tiene ninguna prisa por publicar,
privándonos del placer de acercarnos a su quehacer como poeta. Entre su mucha
producción inédita, me gustaría hacer referencia a Pulsos de luz,
libro de sonetos del que ofrece algunas muestras a finales del pasado siglo a
través de internet, en el foro de sonetos de la página Poesía.com, punto
de encuentro que ambos visitábamos, hasta que se cerró, debido a los graves
problemas económicos que por aquel tiempo atravesó Argentina, desde donde se
administraba.
A partir
de 2007, como apuntara antes, cualquier interesado en la obra literaria de
Alfredo J. Ramos tiene que acudir, inexcusablemente, a su posada, La
posada del sol de medianoche, blog que mantiene desde entonces.
Interesado de manera muy particular por ese mundo nuevo que encuentra cabida en
internet, y convencido de las grandes posibilidades creativas de la Red —no
olvida, por supuesto, también sus peligros y contradicciones—, Alfredo nos deja
en los salones de la posada continuas huellas de su tarea poética, crítica y,
en general, observadora de cuanto ocurre a su alrededor, ya sea relacionado con
el arte, la política, la actualidad, la ciencia...
No
quisiera alargarme demasiado en esta presentación, pero me van a permitir que
haga aquí referencia a una pasión de nuestro autor, directamente relacionada
con la magia que encierran las palabras y el sentido del juego, y que no es
ajena, en absoluto, a la propia poesía: la búsqueda de palíndromos —esa forma
capicúa que conforman las letras debidamente dispuestas— de los que, a día de
hoy, ha publicado en el blog en torno al medio centenar, y que, habitualmente,
acompaña con comentarios, reflexiones, imágenes o, incluso, algún vídeo. Me
permito destacar, por lo que tienen tanto de ingeniosos como de certeros y
actuales, sólo 4 de ellos: Robaban a babor, Soborne en robos, ¿Irá Rato...?
¡Tararí! O, para mí, el agudo Yerno con Rey, cuya entrada en el blog
acompañó con una viñeta de El Roto, publicada en El País el día 7 de marzo de
2012. Se da la circunstancia de que, al ir a registrarlo, supo que Juan Filloy,
un maestro en la materia, había llegado a él con anterioridad, algo que en este
juego ocurre con cierta frecuencia.
Cuenta
con palíndromos de más extensión, como, por ejemplo: Balas al alba (Habla la
sala B), que le sirve de excusa para hacernos partícipes de una sesión
nocturna de cine, y muchos otros que adquieren mayor significado a la vista del
comentario que los acompaña o, como decía, de las imágenes o vídeos con los que
Alfredo los interrelaciona. Si tienen curiosidad, y les gusta tal juego —aquí
va la cuña publicitaria—: pasen sin llamar a La posada del sol de
medianoche, cotilleen por sus piezas y salones. Estoy seguro de que, en su
deambular, tropezarán con más de un hallazgo de su agrado.
Por
último, cabe resaltar, entre lo mucho que pueden encontrarse en este peculiar
albergue, dos cosas más: los textos, a modo de apuntes de un diario personal,
que el autor agrupa bajo el título de Tiempo contado, en los que
comenta asuntos misceláneos, compaginando el verso y la prosa; y sus
personalísimas Tiradas de dados, otro ejercicio que, como los
palíndromos, tiene mucho que ver con la propia naturaleza de las palabras. Les
cuento en qué consisten. Cada tirada se construye a partir de una frase —verso, aforismo, sentencia— de seis palabras que se combinan entre sí hasta en
seis ocasiones, de modo que, al hacerlo, se forma, gráficamente, un cubo que
encierra creativas y curiosas significaciones e invita al lector a poner en
marcha su imaginación.
Es cierto
que, en cuanto a obra impresa, Alfredo nos debe unos cuantos libros —poder
acariciarlos, olerlos, llegado el caso, anotar en sus márgenes, dialogar con él
a través de ellos...—, algo que, me da la sensación, hoy por hoy no está entre
sus prioridades. Sin embargo, creo que esa carencia queda suficientemente
compensada con su trabajo como regente de esa Posada a la
que no me canso de invitarles, seguro que de ella, como del establecimiento en
que hoy nos encontramos, jamás saldrán insatisfechos.
Y ahora, sin más, les
dejo con la palabra de Alfredo. Dispongámonos a disfrutar de ella. Muchas
gracias.